(Editorial del nº679 de la revista Nuestro Tiempo, de la
Universidad de Navarra, por Nacho
Uría, Director de la revista)
Decía Chesterton que se cae en la idolatría no sólo
por la creación de falsos dioses, sino también por la invención de nuevos
demonios. Por ejemplo la crisis, diablo de moda que lo justifica todo.
El Poder, siempre dispuesto a convertirse en poder
absoluto, utiliza el miedo con la maestría de siempre y evita así reconocer que
las grandes heridas de nuestra sociedad son la corrupción moral y la cobardía.
La realidad cotidiana atormenta a cientos de miles de
familias y las empobrece hasta límites indecentes. Los políticos y financieros
intentan solucionar un problema creado por ellos y piden paciencia y rescates,
pero a un precio que pagan otros. Otros -más bien casi todos- que disfrutábamos
con frivolidad de la fiesta, pensando que los “tipos de interés” eran personas
interesantes. Luego llegó la vida procedente de Alemania y se acabó la
diversión.
La sociedad occidental -¿poscristiana sin remedio?-
padece una brutal crisis de identidad y se muestra incapaz de reducir las
injusticias y la violencia. Occidente impone un legalismo paradójico que dice
asegurar más libertades que nunca, pero que nos hace menos libres.
La religión y la ciencia también tienen sus demonios.
La primera cuando cae en fanatismos impíos o levanta guetos espirituales. La
segunda al presentarse como la única verdad y rechazar el azar, la risa o el
misterio. Empeñada, como escribió Buñuel, “en halagar en nosotros una
omnipotencia que conduce a nuestra destrucción”.
La salida de este caos social se antoja difícil, pero
pasa sin duda por reivindicar la justicia y no tener miedo a la libertad –la
que Dios quiso para sus hijos–, asuntos clave en el pontificado de Francisco.
Pero requiere también aplicar la doctrina social de la Iglesia, que reclama que
los recursos no sean propiedad del Estado, pero tampoco de una plutocracia que
los monopoliza en vez de distribuirlos. De otro modo, la decadencia espiritual
nos empujará una vez más a colar el mosquito y tragarnos el camello.
En la premonitoria y ya clásica novela Un Mundo Feliz,
la neumática Lenina aseguraba que la ilusión de una felicidad universal exigía
que “la sociedad sea manipulada, la libertad de elección y expresión reducida,
y el intelecto y las emociones inhibidas”.
Nuestro
mundo se parece cada vez más al inhumano mundo que imaginó Huxley. Cambiarlo
requiere discernimiento (crítico), acción (comprometida), desobediencia
(inteligente). Y sobre todo misericordia. Mucha misericordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario