(Un
artículo de Guillermo Dorronsoro, Decano de Deusto Business School, publicado
en DEIA el 14 de Marzo 2015)
El
lenguaje que utilizamos va construyendo una forma de entender la realidad, y
por eso es importante usarlo con
propiedad. Y en los últimos tiempos estamos construyendo una barrera cuando
hablamos de lo económico y de lo social para describir dos facetas diferentes
de nuestra actividad.
Hablamos
de planes económicos cuando nos referimos a la creación de riqueza, y en
coherencia, utilizamos como patrón de medida el crecimiento del producto
interior bruto. Hablamos de empresas y empresarios, hablamos de instituciones
financieras, hablamos de inversiones, y todas esas cosas nos parece que encajan
bien en el ámbito de lo económico.
Y
hablamos de planes sociales cuando nos referimos a cómo se distribuye la
riqueza, y utilizamos para medirlo el coeficiente de Gini o, últimamente, las
tasas de desempleo, que se ha convertido en el factor de desigualdad más
evidente. Hablamos de ONGs, de rentas de garantía o de viviendas protegidas.
Y
vamos tirando con esa división entre lo económico y lo social, y vamos
interiorizando que lo propio de la economía es crear riqueza y distribuirla
mal, y lo propio de lo social es ayudar a las personas a las que la economía
maltrata.
No
es casual esta percepción, el sistema de capitalismo global imperante ha demostrado
que es el más eficiente para crear riqueza, pero es mucho más torpe para
repartirla. Y esa torpeza es mucho más visible cuando la economía crece
despacio, porque la poca riqueza que se crea queda atrapada por aquellos que
tienen más poder en el sistema, mientras los que quedan abajo ven como cada día
se tienen que arreglar con menos.
Pero
no tendría que ser así, y tenemos la responsabilidad histórica de arreglar esta
disociación. Igual que reclamamos y defendemos las líneas rojas en políticas
sociales (como la educación o la sanidad), la sociedad tendría que reclamar y
defender líneas rojas en materia de políticas económicas. ¿De qué vale tener
instrumentos para distribuir la riqueza, si nos olvidamos de crearla? ¿Qué
futuro tendrá esta sociedad, si decidimos que quienes se dedican a la creación
de riqueza son
enemigos de la sociedad, cuyo único destino es ser asados en impuestos para que
paguen sus delitos?
Por
eso me ha gustado mucho la estrategia económica que ha presentado a principios
de ese mes de marzo la Primera Ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, que
desarrolla cuatro ejes: Inversión, Innovación, Internacionalización y Reducción
de Desigualdades. Tres ejes para crear el contexto en el que puedan florecer
empresas y un eje para recordar a esas empresas que es también su trabajo
repartir bien la riqueza que crean.
Y
no ha dividido esta estrategia en dos, estrategia económica y estrategia
social, sino que interioriza que debemos transformar la economía, para que
vuelva al camino que no debió abandonar: estar al servicio de la sociedad.
Hay
más cosas que me gustan de la estrategia económica de Escocia, un país con el
que Euskadi comparte muchas facetas. Por ejemplo, cuando en el primer eje, el
de la inversión, prioriza las inversiones en las personas, e incluye también
aquellas necesarias para la defensa del medio ambiente.
No
es casualidad que Escocia sea un país referente por la calidad de sus
Universidades (4 situadas entre las 200 mejores del mundo en el exigente
ranking que publica anualmente el Times Higher Education), y tampoco que sea
líder mundial por su producción científica (en términos relativos a su
dimensión) ¿Sabías que la máquina de vapor, la bicicleta, el teléfono, la
televisión o la penicilina, fueron desarrollados por la ciencia y la ingeniería
escocesa?
El
futuro de los países depende de las inversiones que sean capaces de hacer hoy
en sus personas, en sus infraestructuras de conocimiento y en su industria. Y
por supuesto, depende también de que estas inversiones se hagan con criterios
de justicia, que no demos por perdida a la economía como motor de la igualdad.
Nos
interesa mucho que nuestra economía vaya bien, porque es condición
indispensable crear riqueza para luego poder distribuirla. O mejor aún, nos
interesa una economía que aprenda a distribuir mejor esa riqueza que creamos.
Sin
duda es un reto histórico, y nos llevará mucho tiempo cambiar las reglas de
juego, pero todas las grandes transformaciones, empiezan por romper barreras
que tenemos dentro de nuestras cabezas. Vamos a dejar de separar en nuestras
cabezas lo económico y lo social, vamos a recuperar la imagen de empresarias y
empresarios como lo que son, motores del desarrollo social y prosperidad.
Vamos
a trabajar porque Euskadi sea líder en mundial en la creación de las
condiciones para que la economía florezca. Pero será una economía diferente,
una economía que no olvide su fin último: la sociedad, las personas.