(Un artículo
de Sabin Azua, Socio Director de B+I Strategy.)
La
prolongada duración de la crisis económica en que estamos sumergidos en Europa
y en Euskadi en particular sus profundos impactos negativos en la vida de las personas en términos de desempleo, pérdida de calidad
de vida, deterioro de los niveles de igualdad social, etc., deben provocarnos
una reflexión: ¿qué capacidad tiene nuestro país para desarrollar mecanismos de
generación de riqueza que faciliten el desarrollo económico y la recuperación y
mejora de los elementos de cohesión social?
Como
bien establece el economista americano Paul Krugman “está totalmente demostrado
que una sociedad con profundas desigualdades sociales es un elemento de
permanente lastre al crecimiento, mientras que una adecuada política de
distribución de las rentas constituye una base para una economía más
competitiva”. Afirma asimismo que “no hay ninguna evidencia que demuestre que
haciendo más ricos a los ricos se produzca un enriquecimiento del Territorio en
su conjunto, hecho que si se produce cuando mejoramos las rentas de la
población más necesitada”.
Múltiples
fuentes del mundo económico demuestran que los países y regiones donde se
producen menores niveles de desigualdad social obtienen los mayores niveles de
crecimiento sostenido y duradero. Esta situación ha presidido toda la actuación
de las administraciones vascas en los últimos años. No nos descubre nada que no
sepamos en nuestra sociedad – cuyo rasgo distintivo es precisamente éste -,
pero ratifica que el camino que debe seguir Euskadi en su apuesta por el futuro
deberá cimentarse en esta premisa.
Soy
consciente que la vida de muchas
personas y familias de nuestro país se ha deteriorado notablemente, que vivimos
situaciones de injusticia, pero creo que es necesario destacar como elemento
claramente positivo que, según un estudio de
EHU-UPV, realizado siguiendo metodología de la Unión Europea, Euskadi se
situaría en segundo lugar a nivel europeo (sólo superado por Suecia) entre los
países con menor nivel de desigualdad social.
Nuestra
apuesta estratégica básica como nación es situarnos al frente de esa
clasificación. Hoy más que nunca necesitamos volver a apostar por la generación
de riqueza, la solidaridad, la instrumentalización de mecanismos de desarrollo
futuro, el reparto equitativo de las rentas, y una educación de calidad.
Solamente con el esfuerzo compartido y la generosidad de nuestras actuaciones
podremos sortear los vericuetos de la difícil situación económica.
Creo
firmemente que para avanzar en esta profundización de nuestra competitividad,
debemos combinar adecuadamente la generación de riqueza y la cohesión social.
La batalla por reducir las desigualdades sociales no se gana simplemente
elevando el gasto social y promoviendo la redistribución de la renta, sino que
se apoya – en primer término – en la generación de riqueza en el territorio.
Para mí, ésta es la primera de las políticas sociales.
La
apuesta central de nuestro país en cuanto a mecanismos de generación de riqueza
es la potenciación de la competitividad de nuestra Industria. La importancia del
sector industrial ha sido reconocida por las economías más avanzadas,
acrecentándose su relevancia en el momento económico que vivimos. Hemos caído
en la cuenta que cuando se pierde la pujanza industrial es terriblemente
complicado reconstruir esa capacidad. Aquellos países que mejor se están recuperando
de la crisis son los que cuentan con una economía basada en una industria
orientada hacia la inserción internacional de productos de valor añadido.
El
nuevo escenario en el que se moverán nuestras empresas industriales tendrá que
hacer frente a importantes y numerosos retos: creciente complejidad de la
competencia internacional, incorporación
de empresas provenientes de los llamados países emergentes y los BRICs, la
configuración de nuevos espacios de competencia en cada uno de los mercados, la
tendencia al fortalecimiento de la industria en muchos países como eje central
de competitividad, la presencia de nuevas pautas de comportamiento más
centradas en el proteccionismo, la necesidad de crear valor en economías con
unos niveles de desempleo elevados, etc.
Por
todo ello debemos seguir avanzando para situar a la empresa en el centro del
modelo de desarrollo económico y social de nuestro país. La empresa constituye
el espacio natural para la generación de riqueza, promueve la mayoría de la I+D
que se realiza, es el ámbito natural para el desarrollo personal y profesional
de un número significativo de personas del territorio, dinamiza la creación de
empleo sostenible, produce bienes y servicios necesarios, etc.
Como
he comentado previamente el camino para mantener la tensión competitiva de
nuestras empresas es complicado dados los innumerables retos señalados.
En
Euskadi partimos de una posición adecuada para afrontar este reto. Debemos completar
nuestra apuesta por la industria potenciando algunos de nuestros rasgos y
capacidades diferenciales: la capacidad de industrializar procesos, la
construcción de proyectos empresariales basados en/por las personas (sin
parangón en Europa), la interacción cooperativa entre todos los agentes, las
sinergias de la cercanía entre lo público y lo privado, o la creciente
capacidad de interactuar internacionalmente.
Seamos
conscientes que el País, o es industrial o no será.
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