(Artículo
de José María Guibert, Jesuita, Rector de la Universidad de Deusto, publicado
en El
Correo del 29 de noviembre 2013)
La
frontera es hoy en día un símbolo o metáfora que va más allá de las cuestiones
puramente geográficas. Hay muchas áreas, culturales, sociales o ideológicas, en
las que nos encontramos divididos y en las cuales hemos establecido, o
heredamos, muros que aunque parezcan invisibles o intangibles ciertamente
establecen espacios cerrados y estancos, con poca comunicación entre ellos.
Para
la misma Iglesia católica, y para todos, las fronteras son lugares que, aunque
parezcan inhóspitos o incómodos, son lugares de crecimiento, de renovación, de
contacto con otros agentes y modos de vivir y pensar. A la larga, estar lejos
de fronteras puede llevar al sectarismo, la "guetización" y la
irrelevancia social y cultural. Las organizaciones a veces no tenemos ni
personas, ni lenguajes, ni interfaces para estar presentes en lugares cultural
o socialmente distintos a los “nuestros”.
La
cuestión social, que afecta a todas las personas y organizaciones, ha sido no
solo punto de división sino de encuentro. La Iglesia tiene aquí un ámbito
propio de acción, tal y como lo ha hecho desde sus orígenes. El Misterio, Dios,
la experiencia personal de la acción de Dios en cada uno de nosotros, lleva
inmerso consigo el deseo o búsqueda de la fraternidad universal o justicia
social. El teólogo Karl Rahner escribió: "En el futuro el cristiano será
místico o no lo será". Años después el obispo Pedro Casaldáliga añadió:
"El cristiano del futuro o será pobre solidario con los pobres, o no lo
será". Las dos dimensiones son parte de la misma historia.
El
sacerdote José María Arizmendiarrieta (Markina, 1915 – Arrasate, 1976) está
inmerso en un proceso
de canonización. Justificó su actuación en el ámbito social desde los
pronunciamientos oficiales de los Papas sobre temas sociales recogidos en lo
que se denominan “encíclicas sociales”. La primera encíclica de las que
conforman la doctrina social de la Iglesia es de 1891 (León
XIII, Rerum novarum) y la última de esta índole es de 2009 (Benedicto
XVI, Caritas in Veritate). Este mes ha sido presentado en Sevilla el libro
“Pensamiento Social Cristiano abierto al siglo XXI”, editado por el profesor
José Sols y con la participación de un buen grupo de profesores de
universidades jesuitas, entre ellos algunos de la Universidad de Deusto, de sus
dos campus. A los temas clásicos de desarrollo humano, caridad, gratuidad,
dignidad humana, derechos humanos, mercado, empresa, trabajo, propiedad,
progreso, globalización, cooperación, etc., se añaden otros como ecología o
tecnología que aparecen más explícitamente en la última encíclica citada de
Benedicto XVI. Ese libro es sólo un signo más de que desde la perspectiva
católica se puede hacer un aporte a la cultura realizando pronunciamientos que
afectan a valores y creencias, a ideologías y derechos humanitarios, en un
mundo en cambio y con necesidad de justicia y ética.
La
santidad, en el mundo católico, hace referencia a personas que, por sus
virtudes y vida, muestran para los cristianos caminos creíbles y elogiables de
vida cristiana. En el caso de Arizmendiarrieta se muestra que no hay oposición
entre ser sacerdote y ser emprendedor social. Incluso, se puede decir que ese
sacerdocio se deriva o se expresa en ser emprendedor social. Este
emprendimiento social se concretó en aplicar al mundo laboral u organizacional principios
clásicos del pensamiento social cristiano y en colaborar en la fundación de instituciones
cooperativistas. Y esto sin contraponer, más bien relacionándolo, con el
fomento de la vida sacramental y el acompañamiento y la guía espiritual.
Algún
analista comparó a Arizmendiarrieta con el paleontólogo y filósofo Teilhard de
Chardin. Si el pensador francés se empeñó en mostrar que a Dios se va por la
evolución de la creación, la espiritualidad de Arizmendiarrieta, en cambio, nos
invita a ver que el trabajo nos lleva a Dios. Para algunas mentalidades la
santidad está en espacios “sagrados” y no en los “profanos”. Arizmendiarrieta y
sus seguidores no vieron la santidad como algo separado del mundo.
Este año, el aniversario del fallecimiento de Arizmendiarrieta (29 de noviembre de 1976) se celebra en un contexto muy particular: la crisis de una de las empresas emblemáticas del movimiento que él fundó. Esto ha provocado muchas reflexiones sobre el movimiento cooperativo. Ha servido para retomar y reafirmarse en los principios originales como son el de la participación o democracia interna, el de solidaridad (dentro de las empresas o entre cooperativas), o el de cooperación o ayuda a los demás. Y también para recordar que la clave del éxito está en que los anteriores valores no han de estar en contradicción con otros principios de la realidad, como son la gestión empresarial adecuada, con el importante rol de los cargos directivos; los criterios que pide el mercado, como son la eficiencia, la productividad o la rentabilidad; y otros factores relevantes, como son el dinamismo y la innovación.
Un
hombre muy austero (Arizmendiarrieta) ayudó hace medio siglo a crear y repartir
riqueza, conjugando esto con los valores de justicia social y solidaridad.
Desde su sacerdocio fue sembrador de pensamientos audaces y avanzados, de
anhelos nobles. Supo ver en la situación de crisis económica de la posguerra,
en Arrasate, una frontera en la que había que introducirse. Estamos ahora en
otra época de crisis, tanto para la economía como para la fe católica. Hacen
falta Arizmendis que se comprometan personalmente con los problemas y que, desde
el lado religioso y desde el lado humanista, den respuestas realistas a las
nuevas necesidades.
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