Comenzamos con este discurso
del Papa Francisco a varios embajadores
ante la Santa Sede una serie de artículos que iremos publicando periódicamente,
con opiniones diversas sobre aspectos relacionados con nuestra Misión: promover
unos compromisos concretos de los cristianos ante la crisis económica, así como
otras actividades para aplicar a la vida real de personas y grupos
de Bizkaia la Pastoral de los Obispos Vascos "Una economía
al servicio de las personas".
Esos artículos reflejarán la pluralidad de sensibilidades e
ideologías de las personas que hemos compartido la iniciativa de tratar de
aplicar a la práctica las orientaciones de dicha Pastoral.
Sin comprometernos con ninguno de ellos supondrán, en cualquier
caso, un intento honesto de escuchar análisis y propuestas diversas referidas a
la crisis actual, sus causas y las vías para salir de ella, siempre con la
referencia del Evangelio, la Doctrina Social de la Iglesia y la Pastoral
concreta comentada.
He aquí las palabras del Papa:
"Me alegra acogerlos
con ocasión de la presentación de las Cartas que los acreditan como Embajadores
extraordinarios y plenipotenciarios de sus respectivos países ante la Santa
Sede: Kirguistán, Antigua y Barbuda, el Gran Ducado de Luxemburgo y Botswana.
Las amables palabras que me han dirigido y que agradezco profundamente,
testimonian que los Jefes de Estado de sus países tienen el anhelo de
desarrollar las relaciones de estima y de cooperación con la Santa Sede. Les
agradezco que ustedes quieran transmitirles mis sentimientos de gratitud y
respeto, asegurando mis oraciones por ellos y por sus conciudadanos.
(Foto Licencia Commons Wikimedia)
Señores Embajadores, nuestra humanidad está viviendo en la actualidad como un momento álgido de su propia historia, teniendo en cuenta los avances registrados en diversos campos. Debemos alabar los logros positivos que contribuyen al auténtico bienestar de la humanidad, como por ejemplo en los ámbitos de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, también hay que reconocer que la mayoría de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo en precariedad cotidiana, con consecuencias funestas. Algunas patologías aumentan, con sus consecuencias psicológicas, el miedo y la desesperación se apoderan de los corazones de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos; la alegría de vivir va disminuyendo; la indecencia y la violencia aumentan; la pobreza se vuelve cada vez más impactante. Se tiene que luchar para vivir, y, a menudo, para vivir sin dignidad. Una de las causas de esta situación, en mi opinión, se encuentra en nuestra relación con el dinero y en nuestra aceptación de su imperio y dominio en nuestro ser y en nuestras sociedades. De este modo, la crisis financiera que estamos viviendo, nos hace olvidar que su primer origen se encuentra en una profunda crisis antropológica ¡en la negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 15-34) ha encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.
La crisis mundial que afecta
las finanzas y la economía parece poner de relieve sus deformidades, y, sobre
todo, la grave falta de su orientación antropológica, que reduce al hombre a
una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor aún, el ser humano es
considerado hoy como un bien en sí que se puede utilizar y luego desechar. Esta
deriva se verifica a nivel individual y social. Y además ¡es promovida! En este
contexto, la solidaridad, que es el tesoro de los pobres, se considera a menudo
contraproducente, contraria a la racionalidad financiera y económica. Al tiempo
que los ingresos de una minoría van creciendo de manera exponencial, los de la
mayoría van disminuyendo. Este desequilibrio proviene de ideologías que
promueven la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera,
negando de este modo el derecho de control de los Estados, aun estando
encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible,
a veces virtual, que impone de forma unilateral y sin remedio posible, sus
leyes y sus reglas. Además, la deuda y el crédito alejan a los Países de su
economía real y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se
añade, una corrupción tentacular y una evasión fiscal egoísta, que han asumido
dimensiones mundiales. El afán de poder y de poseer se ha vuelto sin límites.
Detrás de esta actitud se encuentra el rechazo de la ética, el rechazo de Dios. ¡Igual como la solidaridad, la ética molesta! Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; se ve como una amenaza, porque rechaza la manipulación y el sometimiento de la persona. Porque la ética lleva hacia Dios, que está fuera de las categorías del mercado. Dios es considerado por estos financieros, economistas y políticos, como no manejable, incluso peligroso, ya que llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una ética no ideológica, naturalmente – permite, en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los líderes gubernamentales de sus países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles sus vidas. No son nuestros los bienes que poseemos, sino suyos” (Homélie sur Lazare, 1, 6: PG 48, 992D).
Detrás de esta actitud se encuentra el rechazo de la ética, el rechazo de Dios. ¡Igual como la solidaridad, la ética molesta! Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; se ve como una amenaza, porque rechaza la manipulación y el sometimiento de la persona. Porque la ética lleva hacia Dios, que está fuera de las categorías del mercado. Dios es considerado por estos financieros, economistas y políticos, como no manejable, incluso peligroso, ya que llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una ética no ideológica, naturalmente – permite, en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los líderes gubernamentales de sus países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles sus vidas. No son nuestros los bienes que poseemos, sino suyos” (Homélie sur Lazare, 1, 6: PG 48, 992D).
Queridos Embajadores, sería
conveniente realizar una reforma financiera que fuera ética y, a su vez que
comportara una reforma económica saludable para todos. Sin embargo, esto
requeriría un cambio audaz de actitud de los dirigentes políticos. Les exhorto
a que afronten este reto, con determinación y visión de futuro, por supuesto,
teniendo en cuenta la naturaleza específica de sus contextos. ¡El dinero debe
servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres; pero el Papa tiene
la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a
los pobres, respetarlos, promoverlos. El Papa insta a la solidaridad
desinteresada y a un retorno de la ética en favor del hombre en la realidad
económica y financiera.
La Iglesia, por su parte,
siempre trabaja para el desarrollo integral de cada persona. En este sentido,
ella recuerda que el bien común no debe ser una simple suma, un simple esquema
conceptual, de calidad inferior, añadido a la agenda política. La Iglesia anima
a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus
pueblos. Exhorta a los dirigentes de las realidades financieras a tomar en
consideración la ética y la solidaridad. ¿Y por qué no acudir a Dios para
inspirar los propios diseños? Se formará una nueva mentalidad política y
económica que ayudará a transformar la dicotomía absoluta entre lo económico y
lo social en una sana convivencia.
Por último, saludo con
afecto, a través de ustedes, a los Pastores y los fieles de las comunidades
católicas en sus países. Les insto a continuar su testimonio valiente y gozoso
de la fe y del amor fraternal enseñados por Cristo. ¡No tengan miedo de ofrecer
su contribución al desarrollo de sus países a través de iniciativas y actitudes
inspiradas en las Sagradas Escrituras!
Y en el momento en que
comienzan su misión, les ofrezco, señores Embajadores, mis mejores deseos,
asegurando la cooperación de la Curia Romana para el cumplimiento de su
función. Con este fin, de buen grado, invoco sobre ustedes y sus familias y sus
colaboradores, la abundancia de las bendiciones divinas".
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