sábado, 14 de diciembre de 2013

Arizmendiarrieta en la frontera


(Artículo de José María Guibert, Jesuita, Rector de la Universidad de Deusto, publicado en El Correo del 29 de noviembre 2013)

La frontera es hoy en día un símbolo o metáfora que va más allá de las cuestiones puramente geográficas. Hay muchas áreas, culturales, sociales o ideológicas, en las que nos encontramos divididos y en las cuales hemos establecido, o heredamos, muros que aunque parezcan invisibles o intangibles ciertamente establecen espacios cerrados y estancos, con poca comunicación entre ellos.

Para la misma Iglesia católica, y para todos, las fronteras son lugares que, aunque parezcan inhóspitos o incómodos, son lugares de crecimiento, de renovación, de contacto con otros agentes y modos de vivir y pensar. A la larga, estar lejos de fronteras puede llevar al sectarismo, la "guetización" y la irrelevancia social y cultural. Las organizaciones a veces no tenemos ni personas, ni lenguajes, ni interfaces para estar presentes en lugares cultural o socialmente distintos a los “nuestros”.

La cuestión social, que afecta a todas las personas y organizaciones, ha sido no solo punto de división sino de encuentro. La Iglesia tiene aquí un ámbito propio de acción, tal y como lo ha hecho desde sus orígenes. El Misterio, Dios, la experiencia personal de la acción de Dios en cada uno de nosotros, lleva inmerso consigo el deseo o búsqueda de la fraternidad universal o justicia social. El teólogo Karl Rahner escribió: "En el futuro el cristiano será místico o no lo será". Años después el obispo Pedro Casaldáliga añadió: "El cristiano del futuro o será pobre solidario con los pobres, o no lo será". Las dos dimensiones son parte de la misma historia.

El sacerdote José María Arizmendiarrieta (Markina, 1915 – Arrasate, 1976) está inmerso en un proceso de canonización. Justificó su actuación en el ámbito social desde los pronunciamientos oficiales de los Papas sobre temas sociales recogidos en lo que se denominan “encíclicas sociales”. La primera encíclica de las que conforman la doctrina social de la Iglesia es de 1891 (León XIII, Rerum novarum) y la última de esta índole es de 2009 (Benedicto XVI, Caritas in Veritate). Este mes ha sido presentado en Sevilla el libro “Pensamiento Social Cristiano abierto al siglo XXI”, editado por el profesor José Sols y con la participación de un buen grupo de profesores de universidades jesuitas, entre ellos algunos de la Universidad de Deusto, de sus dos campus. A los temas clásicos de desarrollo humano, caridad, gratuidad, dignidad humana, derechos humanos, mercado, empresa, trabajo, propiedad, progreso, globalización, cooperación, etc., se añaden otros como ecología o tecnología que aparecen más explícitamente en la última encíclica citada de Benedicto XVI. Ese libro es sólo un signo más de que desde la perspectiva católica se puede hacer un aporte a la cultura realizando pronunciamientos que afectan a valores y creencias, a ideologías y derechos humanitarios, en un mundo en cambio y con necesidad de justicia y ética.

La santidad, en el mundo católico, hace referencia a personas que, por sus virtudes y vida, muestran para los cristianos caminos creíbles y elogiables de vida cristiana. En el caso de Arizmendiarrieta se muestra que no hay oposición entre ser sacerdote y ser emprendedor social. Incluso, se puede decir que ese sacerdocio se deriva o se expresa en ser emprendedor social. Este emprendimiento social se concretó en aplicar al mundo laboral u organizacional principios clásicos del pensamiento social cristiano y en colaborar en la fundación de instituciones cooperativistas. Y esto sin contraponer, más bien relacionándolo, con el fomento de la vida sacramental y el acompañamiento y la guía espiritual.

Algún analista comparó a Arizmendiarrieta con el paleontólogo y filósofo Teilhard de Chardin. Si el pensador francés se empeñó en mostrar que a Dios se va por la evolución de la creación, la espiritualidad de Arizmendiarrieta, en cambio, nos invita a ver que el trabajo nos lleva a Dios. Para algunas mentalidades la santidad está en espacios “sagrados” y no en los “profanos”. Arizmendiarrieta y sus seguidores no vieron la santidad como algo separado del mundo.

Este año, el aniversario del fallecimiento de Arizmendiarrieta (29 de noviembre de 1976) se celebra en un contexto muy particular: la crisis de una de las empresas emblemáticas del movimiento que él fundó. Esto ha provocado muchas reflexiones sobre el movimiento cooperativo. Ha servido para retomar y reafirmarse en los principios originales como son el de la participación o democracia interna, el de solidaridad (dentro de las empresas o entre cooperativas), o el de cooperación o ayuda a los demás. Y también para recordar que la clave del éxito está en que los anteriores valores no han de estar en contradicción con otros principios de la realidad, como son la gestión empresarial adecuada, con el importante rol de los cargos directivos; los criterios que pide el mercado, como son la eficiencia, la productividad o la rentabilidad; y otros factores relevantes, como son el dinamismo y la innovación.

Un hombre muy austero (Arizmendiarrieta) ayudó hace medio siglo a crear y repartir riqueza, conjugando esto con los valores de justicia social y solidaridad. Desde su sacerdocio fue sembrador de pensamientos audaces y avanzados, de anhelos nobles. Supo ver en la situación de crisis económica de la posguerra, en Arrasate, una frontera en la que había que introducirse. Estamos ahora en otra época de crisis, tanto para la economía como para la fe católica. Hacen falta Arizmendis que se comprometan personalmente con los problemas y que, desde el lado religioso y desde el lado humanista, den respuestas realistas a las nuevas necesidades.

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